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Alejandra Fenochio, la pintora que ve lo que nadie quiere

Si en el rostro humano pueden advertirse las marcas de la experiencia, en la mirada y la pintura de Alejandra Fenochio es la cartografia del trabajo, las crisis y la supervivencia de les trabajadores lo que aparece como si también fueran retratos. Escenas que la sociedad descarta, obras hechas con escombros que el río-y la mano de la artista- ha convertido en joyas, las caras de quienes habitan y hacen el barrio de La Boca forman un recorrido que puede visitarse como si se atravesara un sueño de luz intermitente en el espacio Munar, en el marco de la Bienalsur durante todo septiembre. Una inmersión en una historia común, aun para quienes podrían creerse ajenos.

“Yo, La Boca y la pintura es todo una mezcla” dice Alejandra Fenochio. Y vaya que sí.

Cada vez que la flamante ganadora del último Premio Salón Nacional de Artes Visuales dice “La Boca” se despliega el barrio con el que está fundida como los lingotes de hierro en el puente que cruzan el río Matanza-Riachuelo.

Cuando dice “la pintura” se refiere al material con el que convive desde hace más de 30 años.

Alejandra deambula por su “Calle” (exhibida en el centro cultural Munar durante todo septiembre) de abrazo en abrazo. Son pocos los lapsos de tiempo en los que los cuerpos no la contienen. Artistas, vecines, amigues de diferentes épocas, parte de la hinchada de San Telmo. En ese vaivén cae en una ronda que forman las mujeres cooperativistas del barrio, vecinas que trabajaron para recuperar el puente de hierro Nicolás Avellaneda después de seis décadas de abandono. Ellas posan acercando la mejilla a los pequeños cuadros que contienen sus rostros, se ríen, revisan en la pantalla de sus celulares cómo salió la foto y vuelven a posar. “Ni te imaginás cuando vieron estos cuadros en el Proa”. Dice Alejandra mientras observa la escena.

La calle en pinturas
El centro cultural Munar, que en otro tiempo fue cantina, está alineado con el puente recuperado. De este lado de La Boca, más orillero que Caminito, ahora deshojado de turistas, aparece esta ronda que reúne 20 años de trabajo de Alejandra Fenochio en el marco del La Bienal de Arte Contemporáneo de América del Sur (Bienalsur 2021), en el segmento “Modos de Habitar”, exposiciones lideradas por artistas mujeres hasta diciembre de este año en más de 120 sedes y en 50 ciudades de 23 países.

Alejandra pinta trabajadorxs y se reconoce como una trabajadora del arte: “Cada vez veo más” ¿se refiere a la vista? ¿a esa capacidad que en el mundo de los mortales se va desgastando con el paso del tiempo? Su coartada es permanecer en el barrio y pintar su historia en rostros: “Mi obra básicamente trata de retratos, siento hasta los paisajes como retratos. Creo que eso es lo que impacta. Lo humano que hay en los cuadros”. Aunque sean paisajes, para ella todo es una cara y no es sólo jurisdicción de la tela.

El 1 de mayo pasado -día en el que cumplió 59- pintó un mural de Doña Kuka frente a su casa, registrado en un video documental. Doña Kuka era una vecina del barrio que murió en septiembre de 2020 a causa de la Covid, una chaqueña que llegó siendo muy joven a los conventillos de La Boca. En el pincel de Alejandra sostiene un bastón con una mano y con la otra revolea al aire una bandera azul celeste, la del club San Telmo. Tiene puesta una remera roja del Gauchito Gil y por detrás la atraviesan los rayos de sol. La vía, los adoquines y el barrio. En esa misma cuadra, a la vuelta del Proa, vivía la doña que mantenía las puertas abiertas los días de partido para calentar los motores de la previa. Ese mural, el grupo de hinchas que se quedó sin “La Kuka” y Alejandra son la clave de la mezcla, pero hay más.

En 2012 Fenochio presentó en Tecnópolis “silvestres vidrios brotaron”, un ecosistema construido en base a una tarea de recolección. Como una espigadora, desde finales de los 90, daba vueltas por la reserva ecológica de la Costanera Sur recogiendo escombros, enamorada de los colores que se iban formando cuando el sol le daba de lleno a los vidrios corroídos por el río. Su taller, que está en el fondo de su casa detrás de sauces y bananeros gigantes, está repleto de esas piezas como parte del mobiliario: hierro de puente, vidrio de basura y piedra de antaño. Pero no fue solo un pasatiempo de la adultez, de niña fantaseaba con trabajar con el desecho: “Cuando era chica soñaba que la gente se iba de la playa y yo me quedaba sola en ese paisaje, juntando las cosas que dejaban, pero siempre en la orilla, junto a lo que traía la corriente”.

Permanecer -atentxs a la coartada- observando sigilosamente todo aquello que transformó con el resto. En esta muestra aparece una parte de “silvestres vidrios brotaron” en el centro del primer salón como gemas que iluminan una calle.

¿Cómo es el puente que une la orilla de “Silvestres vidrios brotaron” con la orilla de “Calle”?

Es un puente del despojo. Lo desechado de la sociedad, las dos orillas se unen por la transformación: el material de la Reserva Ecológica es el resto de construcciones convertidas en flores y las criaturas de los retratos de “Calle” son seres excluídos y convertidos en cuadros.

La muestra tiene dos espacios, en el primero las cooperativistas siguen posando frente a sus retratos. Por ahí también vagabundean “las trans del Muñiz”, un grupo al que le dió talleres de collage y que tampoco se quieren quedar afuera. Le sacan fotos y posan con ella. Nadie se quiere perder lo que en el barrio además de una muestra de arte es una celebración comunitaria.

Al segundo espacio se accede atravesando una tela oscura, allí las criaturas -humanos y no humanos- transformadas en cuadros gigantes aguardan las visitas con un juego de luces que emulan el día y la noche. En ese umbral, que es como los últimos pestañeos de un bebé antes de caer en un sueño profundo, aparecen las escenas: “Trabajo con una perspectiva más orgánica y a la vez onírica. Con una sensación de que vos sorprendiste al otro en una situación íntima. Algo que no tenias que estar mirando en este momento. Pero estás ahí y sos parte de esa escena. Por eso las miradas están tan cargadas”. Cada cuadro le llevó aproximadamente un año, las escenas son también el desecho y el descarte que provocó la crisis del 2001 y más atrás en el tiempo, la dictadura, cuando ella tenía 18 años.

¿Cómo llegaste a imaginar esas luces para estos cuadros?

Lo pensé porque duermo en el taller. A veces ves mejor y otras peor. A veces, se ve el trabajo más originario, la cara toma otro peso con la luz. Este tipo de iluminación involucra mucho más al que ve, la luz te invita a meterte en esa situación.

Hace un rato, un grupo de mujeres cooperativistas se estaban sacando fotos junto a las pinturas de sus retratos.

Eso pasa acá y pasó la primera vez que mostré la serie “Puente” en la Fundación Proa. Me acuerdo que en aquel momento una madre y su hija daban vueltas por la muestra y la hija le preguntaba todo el tiempo: “¿Vos estás segura de que hay un cuadro tuyo acá adentro?”

En 1988 Fenochio fue por primera vez al puente, trabajaba en el Plan Cultural de Barrios en una escuela de La Boca con sus alumnxs. Pero luego no fue más a verlo por el gran deterioro en el que estaba. En 2010 volvió cuando ya estaba restaurado. Se empezó a acercar a quienes estaban involucradxs en ese trabajo, de ahí vienen los 50 retratos como un homenaje a esa gran tarea de recuperación.

Un premio comunitario
Apenas unos días después de la inauguración de la muestra, Alejandra fue galardonada con el Premio Salón Nacional de Artes Visuales por su obra El pandenauta, en la que retrata al chofer de un vehículo en tiempos de pandemia. Durante el 2020 vendió verduras orgánicas en el barrio y de eso también hizo retratos. Son cuadritos pequeños que pueden ser mostrados entre las manos, como si fueran figuritas. Cuesta encontrar cuál es la fruta o la verdura que falta.

¿Cómo fue que te pusiste a pintar frutas y verduras?

Fueron cuadros muy internos, como la pandemia. Gané el premio con el retrato de Fernando (el chofer) y pintaba verduras que era lo que vendía. Todo es muy autobiográfico. Totalmente carnal.

Sobre el premio lo que se escucha por los pasillos de la muestra es algo así como: “menos mal que se lo dieron”.

¿Vos sabés que todos hablan de justicia? A mi me pasan muchas cosas con lo comunitario, mi vida pasa por lo comunitario y entonces yo siento el premio como comunitario. Los cuadros también siento que son de las personas a quienes retrato y de quienes los ven.

 

¿Qué pensás de la justicia en el mundo del arte?

¿Qué es el mundo del arte? ¿Lo que se vende? Yo no entiendo mucho, para mí toda la gente que está acá es del mundo del arte. Después está la otra parte, por ejemplo a mí me da vergüenza decir los precios de mis obras, lo que pasa es que el arte se convirtió en una cosa muy intangible, que se compra con moneda intangible como las bitcoins. Trato de escaparme de esta intangibilidad y naturalmente no me meto. Entonces cuando muestro es algo así, en donde trato de abrir el lugar en donde estoy.

En ese sentido ¿es un tipo de economía alternativa?

Totalmente. Sin ir más lejos, yo vivo de amasar pan o de vender verduras. Los vínculos comunitarios acá en el barrio generan otra economía, sin duda.

La calle del involucramiento
Al trabajo que expone -algo que no hace muy a menudo- lo considera de impacto porque sostiene una misma línea de búsqueda: un involucramiento que en esta muestra puede apreciarse -también- a través de una propuesta de talleres: Carló Pelela une puentes diminutos en su taller de Metal Creativo; Silvina Babich hace enjuncado en sillas; Lucho Galo da un taller de Gráfica Comunitario de la Bocagrabado y Amina Chachi Azura, realiza un Hapenning- colash tendida en una mesa redonda vestida con un mameluco, un barbijo N95 y una máscara. La consigna es llenar ese mameluco de recortes de revistas y diarios de todo los tiempos. Amina se incorpora y deja la mesa por un rato. Descansa, fuma un cigarrillo pero se queda quieta para que nada se salga, todavía el pegamento está mojado. Al lado suyo, un grupito de gente practica soldadura eléctrica: ¡“máscara”! gritan antes de provocar el cortocircuito que da origen a la soldadura. Quienes no tienen le dan la espalda a ese pedacito de rayo que une los diminutos hierros que forman la réplica en miniatura del Puente Nicolás Avellaneda.

Ese sábado es el cumpleaños de Amina, que vuelve a recostarse en la mesa luego de su descanso. Otra mezcla, otro motivo de celebración barrial. Todos los sábados de septiembre durante cuatro horas, en esta ex cantina el recorrido invita a permanecer en la mixtura entre pintura, vidrios corroídos y la hospitalidad del barrio que en una complicidad fraternal con Alejandra hacen del evento una celebración en muchos sentidos.

¿Por qué elegiste hacer convivir la muestra con talleres?

Para involucrarnos. Acá yo retomo lo de la justicia y lo del trabajo con el otro. Me reconozco como una trabajadora del arte, me gusta pintar a quienes trabajan y me gusta reconocerme ahí. Que no haya diferencia. Por eso cuando venís a esta muestra parece que pasa de todo. Los talleres los dan toda gente del barrio, porque también me interesaba poner en juego el oficio.

¿Cobra un sentido más transversal el encuentro o el involucramiento después de la pandemia?

Sí y es una belleza. Las dos palabras que pueden sintetizar este momento son “emoción e impacto”. Yo veo mucha gente muy emocionada atravesando la muestra y llorando. Eso tiene que ver con el encuentro y el pensar en lo comunitario como un modo de vivir, tanto en la obra como en lo personal.

¿Hay algo performativo ahí?

El trabajo de los retratos de los trabajadorxs del puente tiene mucho que ver con un trabajo que hice en Rosario sobre los pescadores en la serie “Río”. Yo iba, me sentaba en la pescadería, nadie entendía porqué estaba ahí. Después empiezan a ver que vas y que volvés, que te quedas. La pintura tiene eso, que no es un instante. Tiene un tiempo que permite el involucramiento con gente porque empezás a formar parte de su vida. Y si. Que gente por organizaciones sociales y barrios populares de pronto estén en el Proa o que los pescadores estén en el Museo de Arte Moderno de Rosario, es performativo. Eso a mí se me da naturalmente.

Ficciones de lo real
La muestra está curada por Adriana Lestido y Carlos Herrera, Alejandra sigue merodeando de abrazo en abrazo. En las columnas entre estas escenas inmensas se lee: “¿De qué se trata hoy hacer un retrato? Mejor. ¿De qué se trata ahora hacer un retrato para Alejandra Fenochio? Calle y sus habitantes silenciosos dan cuenta de un procedimiento que la artista- que elige la nobleza y la laboriosidad de la pintura para diseñar su obra- viene ahondando desde años”. Desde la época en que la misma Alejandra contaba que pintaba en un baño porque era el único lugar donde podía, ahí entraba la tela y ella. El texto sigue: “en esta muestra de obras selectas de gran tamaño estalla ante nuestra mirada como un escupitajo que nos alerta y mancha con una realidad que es evidente, silenciosa y tachada”.

Ante su afirmación “cada vez veo más” este mismo texto, añade: “Fenochio no teme mirar a sus retratades, los ojos de los cielos oscuros, de los animales y de las personas que ya no reinan la ciudad, ni esta ni ninguna. La paleta barroca, necesariamente oscura y que construye formas abigarradas, viene a hablarnos de estos tiempos en los que la oscuridad se apropia también de los momentos en los cuales debería reinar la luz y se hace invisible durante la noche”.

Al salir de esa sala onírica, de frente, hay otra tanda de cuadros pequeños, hechos con maderitas siguiendo el oficio paterno. Otros escenarios: un tanque de agua, el cielo y el río. “Tengo muchos temas” dice, y se detiene frente al muelle que forman varios cuadritos. La preocupación por la bajada del río Paraná también está en sus pinturas, esa corriente que de tanto desecho hizo flores ahora se transforma en un ecosistema en riesgo.

La lluvia del fin de la jornada repliega a lxs talleristas, el reparo también es comunitario. Alejandra sigue con su coreografía de abrazos, en las manos contiene una cajita que le acaban de regalar. Tiene el mismo brillo que los vidrios. Dice que le pidieron que la abra cuando esté sola. Para eso todavía falta. Hacemos la última pasada por la muestra, la sensación de no querer irse también es compartida.

Tenés cuadros enormes y cuadros muy pequeños ¿No hay un término medio?

No, no pinto medianito. Muchas veces vienen los galeristas y me dicen ¿no tenés algo más medianito? Cuando empecé a pintar los cuadros chiquitos, que tengo como 2000, los armaba con pedacitos de madera del taller de carpintería de mi papá. Entonces eran todos hiper irregulares, y la verdad es que sigo armándolos con maderitas que sobran. Los grandes me llevan un año de trabajo, así que en esta muestra imaginate el tiempo de vida que hay.

¿Cuánto?

Toda una vida.

Alejandra tiene mucho trabajo por delante. Los enormes cuadros de “Calle” se transformaran en afiches para las paredes del barrio, más cerca aún. “Para que pases y los veas, todo un recorrido”. Así como la “Kuka” en el mural frente a su casa, también estarán las escenas de las criaturas.

¿Qué te conmueve ahora ?

El encuentro, el abrazo y poder celebrar la vida cuando hay tanto muerto alrededor.

 

 

Por Euge Murillo para Página 12


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